Los Nogales 2553, Monterrey 64810
¿Qué pasa con el caos en sesión?
Por: Lorena Canales
¿Cuántas historias pasan por el consultorio? ¡Qué historias pasan por el consultorio!
¡Que importante es cada historia!
Lunes, 9:00 a. m. Llega el primer paciente, toma asiento, se muestra nervioso, tiene los ojos llenos de lágrimas. Comienza a relatar una serie de pensamientos que han venido a su cabeza: “No puedo más”, “necesito terminar con esto”, “he pensado en hacerme daño”.
Se percibe una tristeza y desesperanza inmensas en el ambiente.
Miércoles. Estoy en la mitad de mi día laboral, ha sido un día largo entre sesión y sesión. Llega la siguiente paciente: “Me han corrido del trabajo”, “me equivoqué, en serio que esta vez me equivoqué”, “no sé qué va a pasar con el cliente”, “ayer tuve un ataque de ansiedad, es horrible, no pude ni dormir”.
Le tiemblan las manos, se muerde intensamente las uñas, no puede llorar, está a punto de desbordarse.
Sábado. “Hola, lic, ¿recuerdas lo que te conté sobre mi madre?” “Ha vuelto a pasar, no a ella, sino a mí. Tengo tanto miedo.” “No quiero ver a nadie.” “Me siento la más tonta… ¿cómo permití que esto me pasara, que volviera a suceder?”
“¿Sabes? No tengo miedo, estoy molesta, muy molesta.” “¿Por qué a mí? No dejo de preguntarme esto. ¿Tú sabes por qué? ¡Vamos, dime! Seguro tú sabes…”
La paciente me mira fijamente, exige una respuesta…
En ocasiones, algunos pacientes llegan a sesión cargados de angustia, miedos, enojos, una tristeza profunda. ¿Qué se hace con eso?
Se escucha, se sostiene, se acompaña.
Se le permite al paciente que hable, que exprese con detalle pensamientos, sensaciones, recuerdos, sueños, emociones. Que, poco a poco, logre reconocer y poner en palabras eso que lo tiene al borde del desborde. Y sí, no siempre llegamos a ese punto; a veces es tanta la angustia, el miedo, el enojo, etc., que simplemente se devuelve algo de lo que se dijo en sesión, quizás con una sensación esperanzadora de que algo resuene en el paciente.
Otras veces, el paciente no está en una posición de reconocer nada. Entonces, ¿qué hacemos? De nuevo: escuchar. Prestar nuestra atención y escuchar todo eso que el paciente tiene que decir.
El paciente llora. Siente que ha perdido el control y se disculpa por llorar. Pero no hay nada de qué avergonzarse. Se le acompaña. Simplemente se está ahí para escuchar. ¿Por qué disculparse?
Pienso que este es su espacio, un lugar libre de juicios, donde tú historia, con su singularidad, es tan importante como la de cualquier otra persona que atraviesa este lugar. Poco a poco, y a lo largo de las sesiones, daremos lugar a cada una de esas cosas que son dolorosas de reconocer, de escuchar y de sentir.
Se acompaña. En sesión, aperturar el cuestionamiento es fundamental. Este proceso para que logre preguntarse lleva tiempo, y es al tiempo del paciente.
Una sesión dura 45 minutos. Ningún minuto está vacío. Aunque en momentos nos encontremos con silencios, cada minuto que transcurre mientras el paciente habla está cargado de una historia que se habilita a ser escuchada.
Cada minuto está cargado de preguntas y en espera de respuestas. Vamos juntos a escudriñar en esa historia, permitiendo que el paciente se confronte y pueda cuestionarse.
“Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena”.
Haruki Murakami
Cada sesión es, a su manera, una tormenta. A veces silenciosa, otras veces feroz. Lo que el paciente trae no siempre encuentra palabras de inmediato, pero sí encuentra presencia, escucha y espacio. Y con el tiempo, aunque no haya certezas ni respuestas inmediatas, algo comienza a movilizarse. A veces, el simple hecho de atravesar el caos con alguien al lado es lo que permite sobrevivirlo.
10/11/2025